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Marta Moriarty

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A propósito del artículo "Outrage over Hiring a White Woman as African Art Curator Misunderstands Expertise" 3/3

El pasado 18 de abril salió un artículo en defensa del nombramiento de una comisaria blanca, Kisten Windmuller-Luna, como Consulting Curator of African Art en el Museo de Brooklyn. Era la respuesta de un académico negro a un aluvión de críticas con las que no estaba de acuerdo. Además de ser un profesor de reputación, era el director de la tesis de la comisaria y conocedor de primera mano de su valía. Desde que vi el titular en FaceBook hasta que me zambullí de lleno en su lectura no pasó ni un nanosegundo. Hacía poco más de mes y medio que acababa de empezar a trabajar en Marta Moriarty, donde nos estamos especializando en arte africano contemporáneo y donde estoy descubriendo artistas dispares, complejos, ricos en sus propuestas y profundos en sus reflexiones. Y este artículo, o más bien las críticas a las que respondía, daba de lleno con ciertas preocupaciones que sentía.

A pesar de lo emocionante del reto de un nuevo trabajo, lo revitalizante de formar parte de un nuevo equipo y lo fascinante de la escena artística que estoy descubriendo, no tardé en sentir miedo. Miedo a acabar replicando ese posicionamiento asimétrico de una persona blanca, privilegiada, con estudios y títulos (ganados a pulso), que lanza su mirada sobre manifestaciones artísticas que van más allá de lo que se podría denominar su “herencia cultural”.

Para mi fue una lectura afortunada en un momento más que pertinente. Me sirvió para pensar distintos posicionamientos, para entender distintos modos de aproximación a artefactos culturales y sus marcos. El autor del artículo, Chika Okeke-Agulu, argumentaba una serie de cuestiones básicas con las que estoy esencialmente de acuerdo. La primera defendía que la idea de que existe una especie de conexión ancestral, por parte de alguien cuyos antepasados sean africanos (independientemente de las generaciones que su familia lleve fuera del continente) que lleva a un “entendimiento natural” de las historias y estéticas tan complejas del arte africano es errónea. Yo iría más allá, no solamente es errónea, puede ser peligrosa. Dividir contenidos históricos y artísticos en terrenos de estudio en función de criterios étnicos o nacionalistas parte de una gran ingenuidad en el mejor de los casos y de asunciones mucho peores en otros. Por la misma piedra de toque jamás podría haber un/a comisario/a no blanco/a de arte impresionista (por poner un ejemplo).

Detrás del disgusto de algunos por este nombramiento hay otro tema mucho más acuciante, y el autor lo deja bien claro: la necesidad de enfrentarse a una larga historia de discriminación racial y marginalización en todas las esferas de la sociedad americana (sus palabras exactas). En concreto, si nos fijamos en las cifras de académicos y profesionales de museos no blancos en Estados Unidos el panorama es desolador. Una situación que se extiende a Europa también, de hecho, otro artículo reciente (https://frieze.com/article/survey-shows-extent-class-divide-creative-ind...) publicado en Frieze hace referencia a una muy llamativa división de clases (que como no podría ser de otro modo, tiene efecto directo en el porcentaje, escasísimo, de personas no blancas) en las industrias creativas. Para mi éste es el problema de fondo en esta discusión. Como dice Okeke-Agulu, no se ha de confundir el concepto de “experto” con cuestiones raciales y perder de vista que la falta de variedad de perfiles en instituciones museísticas deriva de otra desigualdad racial (y social) mucho más arraigada y que implica a una gran cantidad de sectores: la del acceso a los estudios universitarios, sobre todo los de postgrado. Son éstos, generalmente, los que otorgan un distintivo esencial en las carreras académicas, museísticas y en las industrias creativas, el distintivo del expertise. Cualquier discusión que trate el tema de puestos profesionales que exigen alto grado de formación académica también deben incluir los sistemas de formación que dan acceso a esos puestos. Cabe también la pregunta de si la academia es el único órgano legitimador para el comisariado de arte.

Okeke-Agulu también menciona otra noción que es crucial: la de la “propiedad” de ese arte africano. El hecho de que las obras africanas custodiadas en el museo son fruto del expolio no es baladí. El museo en sí es un artefacto complejo cuya creación se basa en un postura política y una visión del mundo muy específicas. Muchas de las colecciones más prestigiosas del entorno museístico fueron creadas en épocas coloniales y recolectadas sin ningún miramiento hacia los patrimonios de otras culturas. El museo no deja de ser un artefacto occidental, heredero de políticas coloniales eurocentristas, basado en la práctica de ordenar conocimientos, saberes y artefactos de manera jerárquica, en función de los valores de una cultura específica que se autoproclama universal. La idea del experto o la experta también deviene de esa jerarquización y especialización de saberes. En tal institución sólo es natural que las posiciones de responsabilidad las ocupen personas que han sido legitimadas por las instituciones académicas correspondientes. Hay quien podría argumentar que hay profesionales de color altamente cualificados que podrían ocupar ese puesto. Lo cierto es que los hay pero, ¿por qué hay que criticar su ausencia sólo cuando se trata de arte africano?

¿Por qué es más criticable este nombramiento que otros? En mi opinión hay tocar otro asunto que también es problemático: todos los profesionales del sector museístico vienen legitimados, independientemente del color de su piel, por títulos de universidades, o bien americanas y europeas o bien que replican el mismo modelo de estudio. El caso es que sea quien sea la persona validada, se aplica un único canon basado en un entendimiento específico de la cultura y acumulación de saber que, generalmente, no se cuestiona. Quizá habría que revisar ese sistema de acreditación y valoración. De ningún modo quiero sugerir que la educación universitaria sea obsoleta, sino que quizá sea hora de integrar otras formaciones y otras experiencias para crear sistemas de valor múltiples y diversos. Quizá sea hora de complementar la labor de museos con otros tipos de centros, la de las universidades con otros programas de aprendizaje y enseñanza. Quizá necesitemos imaginar otras plataformas para llegar a discursos inclusivos y complejos, a instituciones diversas con profesionales con todo tipo de perfiles, cuyas trayectorias complementen y enriquezcan los proyectos de los que formen parte. Censurar el nombramiento de una profesional altamente cualificada para un puesto específico por el color de su piel es quedarse en la superficie de una serie de problemas sistémicos y complejos.

Sibley Labandeira

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